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PFG COMUNICACIÓN SOCIAL. UBV-MISIÓN SUCRE. Zulia, Mérida y Trujillo

La Televisión (¿es?) necesaria

Por: José Javier León

I

Los debates y críticas sobre los medios de comunicación parten, según me parece, de un punto más bien común, cual es que no se concibe la actualidad (y hasta la existencia misma) sin medios de comunicación. No obstante, los medios que conocemos son históricamente recientes. La radio cumplió un poco más de cien años y la televisión es incluso más joven.

Más antigua sin duda es la sociedad de masas, estrictamente su posibilidad histórica. En efecto, a partir del siglo XIII ya se perfilan las condiciones para su existencia con el nacimiento de las ciudades y la llamada economía mundo. Sólo dos siglos después nacerá la imprenta, con lo que ya tendríamos las bases completas para el diseño del mundo moderno que nos acompaña hasta hoy. Lo que ha habido desde entonces son variaciones de un mismo tema.

No es de extrañar la naturalización del mundo moderno, pero no cabe duda de que estamos en un momento especial para interrogar esa naturalización y tomar algunas decisiones obligantes dadas las circunstancias políticas, históricas, culturales, sin dejar a un lado las ecológicas. Parto pues de la consideración de que hemos naturalizado una civilización que ha labrado su destrucción, y con ella, la del planeta. Desde este supuesto, creo que debemos pensar la comunicación y, sobre todo, la de masas.

 II

Este punto de arranque para el análisis y la crítica sobre los medios me lleva a observar el actual debate desde una distancia difícil. No puedo menos que alegrarme de que el país todo esté implicado en las deliberaciones, públicas o domésticas: en plazas, en los medios, en las calles, desfilan los argumentos. Pero el problema, creo, y es un creo muy particular, está en el modelo de civilización que llevó al diseño de este tipo particular de comunicación de masas.

 III

Creo con muchos que una revolución es un cambio de modelo civilizatorio.

 IV

Así pues, el debate debe dirigirse al modelo de comunicación desarrollado (e impuesto) por la civilización occidental, que responde al continuo histórico de la modernidad, la cual tiene sus albor en el feudalismo. Lo digo porque el modelo de Estado que conocemos nació entonces, entre los siglos XII y XIII, con la ciudad y el mercado; y la conjunción de todos estos elementos propició la aparición del concepto “individuo”. Con el individuo, como sabemos, nació la propiedad, y las leyes y filosofías que la sustentan.

Pero lo que me parece más interesante es que la noción de individuo se ha opuesto históricamente a la de comunidad. Ciertamente, a la caída del Imperio Romano sucedió paulatinamente la virtual desaparición del Estado, de modo que Europa conoció hasta el siglo X un largo intervalo en el que sus habitantes vivieron en comunidades que incluso desconocían el dinero. Fueron los monjes en el 940 los primeros en comenzar a acuñar monedas, llevaron al campo el mercado de la tierra y significativamente el tiempo moderno (con las horas canónicas que segmentaban el tiempo de acuerdo a una programación, con lo que nacerían los hábitos y las rutinas, y por descontado la valorización del tiempo que habría de convertirlo en mercancía), prototipo del urbano, en oposición al tiempo agrícola campesino.

En lo que luego sería América también conocimos un largo y profundo tiempo sin Dios, sin Estado ni Ley, y ese registro no está borrado en nosotros, acaso por ello nuestra rebeldía de hoy. La resistencia del discurso salvaje, en términos de J. M. Briceño Guerrero.

 V

Hoy mismo estamos discutiendo la redefinición de las nociones mencionadas, comenzando por el Estado. Refundar la República pone hoy el debate en la construcción de nuevas ciudades, en la reconfiguración del territorio, en la nueva geometría del poder. Todo esto nos llevará tarde o temprano a toparnos de frente con los criterios macroeconómicos del régimen de mercado internacional, sobre todo cuando la integración corra por cuenta de los pueblos y no del mercado. (Obsérvese la insistencia del Presidente Chávez en conminar a una integración política antes que mercantil, que lo ha llevado a criticar el nombre mismo de Mercosur.)

 VI

Pues bien, lo que me parece estar en crisis y en discusión es el modelo de civilización, que concibió el mercado mundo, que necesitó de ferias, mercados internacionales, imprenta, periódicos, radio, televisión, Internet. Este modelo necesitó igualmente del individuo, esto es, del ser aislado pero vinculado al Estado por medio de la ley. Necesitó al propietario.

(¿Acaso no estamos en nuestro país participando en un intenso debate sobre el régimen de propiedad?)

 VIDiscusión en fragmentos Primer aparte. Observemos la oposición: comunidad o individuo. Y hemos insistido que la comunicación que necesitamos construir es la comunitaria, sin embargo son las tecnologías de la comunicación de masas las que hemos puesto en el debate y no las comunitarias. En este sentido, observo que la comunicación que está puesta en el debate es la construida por el liberalismo ayer, el neoliberalismo de hoy. Estamos discutiendo las formas de hacer viable el modelo comunicacional burgués. Nos ofusca y entrampa la palabra comunitaria, aplicada a las tecnologías de la comunicación de masas a escala local. Me parece que ese es el quid de asunto. Segundo aparte. Se entiende que no podemos considerar sin una larga discusión la posibilidad de una radio o televisión comunitarias, pues está claro que se trata de radio y televisión. Me explico con una pregunta: ¿necesitan per se las comunidades de radio y televisión? Tercer aparte. Hace poco escuché que una herramienta (digamos un martillo) era “inocente”. Los que así piensan dirán la televisión lo es, en tanto herramienta. Yo no comparto ese criterio, pues considero que toda herramienta responde a una necesidad concebida en un marco civilizatorio específico (los griegos no necesitaron la rueda, por ejemplo.) El martillo no es culpable, pero su existencia no es inocente. De modo que no criticar la herramienta, esto es renunciar a ponerla en situación y contexto, es de alguna manera soslayar una cuestión esencial. Además, esa herramienta es también su empleo, y el manejo que de ella se hace responde a una corpo-oralidad concreta. No quiero ser purista, pero ¿acaso no hablamos, incluso entre los habituados, del “impacto” de las nuevas tecnologías? Cuarto aparte. Verdad de Perogrullo: Los intereses privados no son los de las comunidades. Nada podemos esperar de los medios privados. Luego, los intereses de la comunidad interesan a la comunidad… y al Estado revolucionario, que promueve, incentiva, llama a la organización a través de los Consejos Comunales (CC). Necesitamos una TV de y para los CC. No una televisión de denuncia que fortalece el “país” (caótico, ineficiente, corrupto) que explotan los medios. No una televisión que “entretenga” el ocio del tiempo libre del “trabajo asalariado”. No una televisión que “eduque” en tiempo televisivo, esto es, sin tiempo ni posibilidad para construir argumentos y réplicas. Necesitamos una televisión que investigue, eduque y organice en el tempo de la vida, que rompa la relación tiempo-dinero. Que argumente y cuestione, que transparente los procesos.  

Quinto aparte. De querer, no quiero TV. Y no me como el cuento de la influencia, al menos como lo echan. Cada vez que lo dicen le hacen un grueso favor a la industria televisiva, como decir campaña de a gratis. Y si todo el mundo lo dice debe ser cierto... Ahí está la falacia. Propongo salir de este círculo en el cual se reafirma el poder de la TV. Prefiero pensar contra toda evidencia que la TV no es necesaria, per se. Que bien pudiera no existir. Que existió para fortalecer el mercado a través del estímulo masivo del consumo. Que construyó al tele-vidente, y lo hizo impermeable a la palabra. Que instrumentalizó la otra gran falacia: Una imagen vale más que mil palabras. Que potenció la imagen como mercancía comunicacional (otra vez y siempre sobre la base de ganancia en el más corto tiempo posible), adelgazando el espesor vital de la fotografía y el cine, dejando al efecto –especial- suplir la falta de sentido con sentido súbito, inmediato, efectista, fugaz, absurdo.

 

Finalmente, prefiero la conversación, el encuentro, la gente. No me interesan mediaciones interesadas. Amo el tiempo real; no los reality show. La realidad, no su simulación.

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